Media vida caminado bajo la lluvia

Los cuatro discos de la grabación pirata del concierto del Boss en Berlín Oeste, a los que aludíamos aquí, se grabaron ante 17.000 personas. Corría el año 1988 y faltaba poco para que el Muro fuese demolido. Bruce Springsteen había pasado al otro lado unos días antes, había cruzado el Checkpoint Charlie para tocar ante la multitud más grande a la que se había enfrentado: 167.000 alemanes orientales más todos los que estaban en sus casas, viendo el show que emitía en directo la tele oficial, que había logrado incluso censurar en vivo una mención del propio Springsteen al odioso muro. Era la gira del Tunnel of Love, que acabaría llegando a Barcelona, sin la E Street Band. Fue la primera vez que lo vi en directo.

Estuve bien cerca del escenario, aún no se estilaban las pulseras para premiar a los más madrugadores de la cola. Quedé maravillado con la potencia del show, con los músicos que acompañaban al Jefe, con los coros. Recuerdo que alguien alrededor, veterano en estas lides, me dijo que no había color con otras actuaciones anteriores, cuando sí estaba acompañado de Clarence Clemmons, Steve van Zandt y Cía. Tardaría todavía unos años en comprobarlo, en 1999 y en Zaragoza. Qué razón tenía.

Las memorias de Springsteen van desgranando anécdotas e historias poco conocidas que sirven para ver cómo funciona por dentro esa banda tan bien engrasada, siempre al servicio del Jefe pero sin perder un ápice de protagonismo en cuanto a individualidades. “Una dictadura bondadosa”, así la considera el líder del tinglado, que cuenta cómo él es quien firma los contratos pero no duda ni en repartir juego ni en pagar con creces semejante dedicación. Dice en otro pasaje que sus músicos son, cada uno de ellos en su posición, “los mejor pagados del mundo”. Y no debe de andar muy desencaminado cuando consigue liarlos en giras maratonianas o en grabaciones muy personales, donde a veces brillan poco o, en ocasiones como en las Seeger Sessions, desaparecen de los créditos del disco y del avión de la gira.

Si la carrera de Springsteen y sus amigos se ha construido en buena medida sobre un escenario, con esos conciertos épicos que todos guardamos en nuestra memoria, no es extraño que sus memorias abunden en referencias a ellos. Habla, por supuesto, de cómo se batía el cobre en los locales de su pueblo y alrededores hasta hacerse con un nombre. Alude a su primer viaje a California, donde empezó a construirse el mito del rockero que venía con ganas de futuro. Cuando explica su primera experiencia en Europa en 1975, de la que hay un doble CD frenético, en el Hammersmith Odeon de Londres, es imposible no simpatizar con ese joven ansioso que no acababa de ver claro su estatus de estrella internacional. “Estoy asustado y enfadado, enfadado de verdad” (página 211). Y no sería por falta de fe en sí mismo, aunque confiese “a mis veinticinco años soy un jovencito provinciano que todavía no había salido del país”.

En otros momentos explica brevemente su gira mundial con Amnistía Internacional, de la que me quedé casi en las puertas, en 1988. Y de la vuelta a los ruedos con su banda de siempre, en 1993, que arrancó su gira europea en Barcelona. Cuenta también como el hijo de Max Weinberg sustituyó durante una temporada a su padre en la batería, con resultados más que notables, y explica por qué Jack Clemmons tuvo que pasar varias pruebas hasta hacerse con el papel, sólo hasta cierto punto, reservado a su tío Clarence hasta su muerte. Todos haremos nuestras lecturas personales de estas memorias. Yo no las puedo disociar de esos conciertos en los que me he sentido parte, aunque infinitesimal, de esa trayectoria. Dice en la página 363 que no escribe estrictamente para los deseos de su público, “pero a estas alturas estamos enredados en un diálogo que nos ya ocupa media vida”. Ahí casi todos nos sentiremos reflejados.

Tengo subrayadas, o con las páginas dobladas en una esquina, confesiones del más variado pelaje: los comentarios a la caótica relación con su padre, el relato de su boda con Patti (donde se lacera sin remilgos: “mi egocentrismo, mi narcisismo, mi aislamiento”), el recuerdo del nacimiento de sus tres hijos, qué supuso grabar un disco como “The Ghost of Tom Joad”, sus influencias musicales, los episodios depresivos, por qué su hermana le inspiró la canción “The river”…

Estas memorias del Boss son densas e iluminan sobre su vida y -especialmente- su obra. Es como si nos hubiera invitado durante unas horas a pasear por su hogar mientras iba enseñando esos recuerdos que no acaban de encajar con la decoración de la casa nueva pero sin los cuales sería imposible entender cómo ha llegado hasta ahí. Y por un instante hemos visto, colgado detrás de una puerta, el batín que se pone para estar por casa, cuando no hay afuera miles de personas gritando anhelantes, esperando un truco de magia.

Y entonces entiendes por qué llevamos tantos años corriendo juntos, sin rendirnos, caminado bajo la lluvia, esperando un día soleado o citándonos ahí, donde Mary.

Growing up

Como esos clásicos que dicen que podemos ir leyendo varias veces a medida que crecemos y nos van diciendo cosas distintas (o las vamos encontrando nosotros donde antes no habíamos sabido verlas), Thunder Road es una canción de Bruce Springsteen en que la que ido he viendo cómo crecía yo a la par que el texto envejecía de manera magnífica. La habré escuchado en casi todos los conciertos del Boss a los que he asistido, acompañado de amigos de la infancia, de la novia que desde hace años es más que una compañera en todo, de gente desconocida con la que gritaba y saltaba después de no haber cruzado más de dos palabras. Y siempre descubriendo cosas nuevas, fijándome en detalles distintos, dándole un nuevo sentido a la historia que se narra. Una mera historia de “cars and girls”, si hacemos caso de una canción que en tono de burla hizo Prefab Sprout para criticar a esos soñadores de pacotilla que venden falsas ilusiones. Para mí, una de las mejores letras del Boss, elaborada con una madurez que desarma si tenemos en cuenta que está incluida en Born to run, un disco de 1975.

Es verdad que se habla de chicas que escuchan a Roy Orbison cantando a los solitarios, claro que hay autopistas por las que huir, y aparecen caminos polvorientos y motores que rugen pero el texto arranca con una imagen preciosa de un vestido tendido que ondea en el porche mientras se superpone la visión de ella bailando y sigue toda una declaración de amor en forma de una promesa de cambiar, de romper con el pasado para iniciar una nueva vida, de liberarse de las ataduras. Una canción con un poder de evocación enorme: “tengo esta guitarra y aprendí a hacerla hablar”, que anticipa a la pareja que viaja “río abajo” en The river. Es un texto que para mí alguna vez fue simplemente una canción, que más tarde me insufló ánimos para romper con la rutina, “coger la carretera del trueno” y abandonar la tranquilidad familiar en pos de algo que no sabía bien qué era; que hubo unos meses en los que hice mía esa inocente declaración de amor, de alguien que hace promesas que no tiene ninguna certeza de convertir en realidad y que ahora mismo estoy escuchando con la misma sonrisa bobalicona que se me dibuja cada vez que oigo las primeras notas de esa armónica eterna… hasta que el piano eleva el crescendo que se cierra con Jake Clemmons (ahora) acompañando al saxo los últimos golpes de guitarra de Bruce.

Es difícil deslindar momentos clave de mi vida del fondo sonoro que el Boss les puso. Durante años sonaba Bobby Jean y recordaba una vieja historia de amor cuando oía el verso en que ella “camina bajo la lluvia”. Nació mi primer hijo el mismo día en el que aparecía el DVD del concierto que Bruce grabó en el Palau Sant Jordi de Barcelona, presentando The rising, al que pude asistir de chiripa, gracias a un amigo que venía con dos entradas y buscaba acompañante. Poco antes de que naciera mi hija me fui solo a ver el Olímpic de Badalona el concierto de una gira que meses después volvería a recalar en Barcelona: The Seger Sessions. Y también acudí, en la pista del Sant Jordi de nuevo, con una lámpara vintage coronando el escenario y Bruce prometiendo bulla en catalán: “Aquesta nit ens divertirem”.

La locura más grande que hice por el Boss fue salir un día de trabajar a las cinco de la tarde en Barcelona, pillar un avión a Bilbao, verle en un concierto en el flamante BEC de Barakaldo, dormir un poco y volver a coger un avión para estar en la oficina a las ocho de la mañana siguiente. Era la primera vez que el Boss recalaba en Bilbao y no quería perdérmelo. Un amigo me regaló la entrada y con ella la impagable experiencia de ver a los bilbaínos asistiendo a un concierto de Springsteen como quien va a un partido de pelota. Todo el mundo se conocía, la gente se cedía el paso, hacían comentarios divertidos de punta a punta del metro, cuando volvíamos de madrugada, y parecía que habían ido para hacer el cumplido al Boss, por tener el detalle de escoger Bilbao para su primera visita a Euskadi. Tiempo después fui por última vez al viejo San Mamés para ver de nuevo al “Jefe”.  No había pasado en esa ocasión por Barcelona y tenemos demasiados amigos en Bilbao como para dejar pasar la ocasión.

Desde entonces, el Olímpic de Montjuïc (con Radio Nowhere) y un par de veces el Camp Nou (con la gira de Wrecking ball y la presentación de The ties that bind) han sido mis últimas citas con Bruce. La sensación angustiosa de que quizá fuera la última vez que lo viera me ha acompañado desde el concierto de la Feria de muestras de Bilbao. Falsas alarmas. El emotivo vídeo que acompaña a Tenth Avenue Freeze Out, con ese recuerdo a cuando Big Man se integró en la banda o las imágenes de Danny Federici, muestra desde la gira anterior que The E Street Band también es mortal.

concierto boss

Dicen que la presente gira europea puede ser la despedida de esa banda cuya alineación podemos repetir de memoria. Sin ellos nada será lo mismo pero de momento podemos decir que los hemos vuelto a ver, y que no perdemos la esperanza de que regresen. Hay razones para creer que a volveremos a escuchar en directo Thunder Road, y habrá en nuestras vidas nuevos hitos que asociar a un disco del Boss, mensajes que cruzarnos de manera invisible, evidencias de que seguimos vivos.

Y vamos creciendo.