Pasado y presente


Hace pocos días me llegó por Whatsapp me llegó el mensaje escueto de un amigo: “Si puedes, léelos”. Y esta foto.

Después llegó otro texto lacónico: “Pasado y presente”.

Como el criterio comiquero de mi amigo hay que aceptarlo a pie juntillas, enseguida los localicé y me metí con ellos. Ambos son de Norma, uno publicado hace 11 años y el otro de febrero del año pasado. En cualquier caso, las ediciones originales de estas dos obras se remontan a la década de 1980 y tienen unas génesis llenas de vericuetos que quizá expliquen esas tramas alambicadas, en las que se pueden rastrear referencias de otras obras y otras artes.

“Reyes disfrazados” parte de un texto de James Vance, que el propio autor explica en un breve prefacio que tiene sus raíces en una obra de teatro suya que gozó de cierto éxito y que a su vez rebusca en los recuerdos de su niñez, cuando pasaba los veranos en casa de su abuela y de tanto en tanto aparecían por la puerta trasera “zarrapastrosos pidiendo comida o dinero”. Los dibujos corren a cargo de Dan Burr, con una estética que en la página de arranque de la historia me remitió directamente al rostro de Henry Fonda y a los paisajes en los que acontece la adaptación cinematográfica de “Las uvas de la ira”. Freddie Bloch, el protagonista, es un chaval que tiene mucho de Tom Joad, el protagonista de la novela de Steinbeck, de la peli de John Ford y hasta de la canción que muchos años después escribió Bruce Springsteen.

Esos soñadores con los que se va encontrando Freddie en su periplo por la América devastada de la Gran Depresión son los “reyes disfrazados” del título. Son los que pueblan esa carretera “que está viva esta noche” (en la canción el Boss), los que se ayudan sin pedir nada a cambio. En un largo viaje en el vagón de un tren de mercancías, Bloch intenta entender qué clase de personaje lo acompaña. Se hace llamar “el rey de España” y parece sumido en una locura de la que sale de tanto en tanto para soltar frases que son una declaración de principios: “caminar a oscuras intentando hacer lo mejor para la gente que quieres. Esperando que no puedan ver lo asustado que estás de pifiarla, pero apechugando porque tienes gente que cuenta contigo. Eso es lo que hace un hombre. No puede hacer más”. Llegan ahora los ecos de aquella balada mortecina de Springsteen convertida en un grito de guerra en la versión que montó muchos después con Tom Morello, de Rage Against the Machine, cuando Tom Joad le pide a su madre que le busque ahí, “dondequiera que haya alguien luchando por tener un sitio donde establecerse, o por un trabajo digno o una mano que le ayude, dondequiera que alguien esté luchando por ser libre”. Y remata con esa frase efervescente: “Look in their eyes, Mom, you’ll see me.»

Esta novela gráfica, que en la contraportada dicen que está considerada uno de los 100 mejores cómics de todos los tiempos, ha sido galardonada con los premios más prestigiosos y cuenta en esta edición con un prólogo de Alan Moore que es un premio en sí mismo. Después de contextualizar la historia explicada, describe de maravilla estas 200 páginas sensacionales: “resonantes y claras líneas de tinta y líneas de diálogo, en negros sólidos que van más allá de borde la luz que proyecta la hoguera y en tonalidades morales grises que amenazan con devorar las mejores intenciones”. En esta “obra maestra manchada de barro”, dice Alan Moore, “hay buena gente”.

También la hay en “S.O.S. Bienestar”, edición integral de una serie de historietas que con guion de Van Hamme y dibujos de Griffo se empezó a publicar a finales de los ochenta. Es el presente, que decía mi amigo, a pesar de que esta distopía que su autor empezó a pergeñar en 1973, cuando decidió dejar su trabajo en una multinacional. De ahí extrajo un episodio anecdótico que está en la base de una de las historias, el de un empleado que llevaba años enviando una estadística de cientos de páginas sin cuestionarse que tuviera sentido alguno.

Las diversas historietas (“Aspiraciones profesionales”, “¡Vivan las vacaciones!” “Seguridad pública”…) encuentran un sentido global gracias al bloque final titulado “Revolución”. Mientras tanto, los lectores creen estar viendo en viñetas una versión actualizada del “1984” de Orwell o una traslación al siglo XX de algunos de los relatos de Kafka, aunque hay algo que trae ecos permanentes de un lenguaje similar, también con estética muy clara y un fondo muy oscuro. Después de ver en varias páginas referencias a las pantallas, a tarjetas inteligentes, al Estado benefactor que  tiene todas nuestras vidas parametrizadas me asombra que hace treinta años estuvieran anticipando los argumentos de algunos de los episodios más celebrados de una serie muy en boga ahora mismo: “Black Mirror”.

El presente de hoy fue imaginado hace tres décadas, con un poso apocalíptico que incluso se quedó corto a la hora de calibrar la alienación, el control y el afán acaparador que rigen nuestros días. La última viñeta hablaba de libertad, como la del cómic de los “reyes disfrazados” apuntaba a los sueños. Debe de ser el resquicio que sus autores dejan a la esperanza, tras pintar unas historias que, una en glorioso en B/N y la otra en luminoso color, albergan tanto pesimismo.