Los Cinco le dan al frasco

Acaba de salir un nuevo Astérix, con guión de alguien que no es Goscinny, con dibujos de alguien distinto de Uderzo. Como ya lo sabemos, después de disfrutar de sus viñetas a toda velocidad, tenemos la sensación de que no está a la altura de los álbumes que sí hicieron al alimón sus creadores originarios. Es un revival permanente, que parece dirigido a estas generaciones que crecimos rodeados de una serie de referentes y que ahora disponemos de cierta capacidad adquisitiva, tampoco demasiada, y queremos alimentar esa nostalgia.

Si alguien puede haberse forrado con libros tan vacíos como los de “Yo fui a la EGB”, por qué no aprovecharse de esa nostalgia por el tiempo que se fue y encima reírnos un poco de nosotros mismos. Hace unos meses, en las islas de donde provenían, empezaron a aparecer, y a leerse, unos relatos con Los Cinco de Enid Blyton como protagonistas, haciendo frente a la realidad de los nuevos tiempos: Los Cinco y las consecuencias desgarradoras del Brexit, Los Cinco van a ser padres, Los Cinco afrontan la típica cena de navidad con sus compañeros de trabajo o, glups, Los Cinco se proponen dejar de beber. Escritos casi todos por Bruno Vincent y publicados por Quercus, creo que aún no tienen versión en castellano. Sus cubiertas nos remiten, impepinablemente, a las que tuvimos en nuestras manos cuando éramos niños y leíamos las aventuras de Julián, Ana, Dick, Jorge y el perro Tim como si la saga no terminara nunca, soñando con viajar a la isla de Kirrin y zamparnos un pastel de carne, que pasaríamos con tragos generosos de cerveza de jengibre. Un tópico detrás de otro en estas aventuras que Enid Blyton escribía como churros, con un oficio que rayaba en la desgana, sin demasiadas contemplaciones ni un especial cuidado en pulir los detalles.

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Algo de todo esto aparece en un libro titulado “Los Cinco y yo”, de Antonio Orejudo, publicado hace unos meses por Tusquets y que una amiga me recomendó vivamente, diciéndome que se leía rápido, que resultaba muy interesante y que a ella le parecía que era como una serpiente, mudando de piel cada cierto número de páginas, en una especie de reinvención continua. Le hice caso y me costó conectar entrar en el juego. Al principio, en lo que parecía una mera evocación nostálgica, llegué a pensar que mi amiga me estaba tomando el pelo. Entonces se debió de producir una de estas mudas de piel y empecé a atisbar el juego literario que proponía Orejudo. A partir de entonces, Los Cinco se desplegaron en toda su variedad de registros y, como lector, me dejé guiar por donde el narrador quiso llevarme.

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Esa evocación primera, con guiños a los nacidos en los años sesenta que se pueden hacer extensibles a los de una quincena de años después, va dejando destellos de buen humor y apuntes sarcásticos al tiempo que aparece un escritor tan real como Rafael Reig, que escribe una especie de continuación de las aventuras de Los Cinco en la línea de lo realizado por Bruno Vincent en Gran Bretaña. “After Five” se llama esta novela que va descubriendo su trama a la par que el propio Orejudo, convertido también en protagonista de su propio relato, nos cuenta su vida de escritor normalillo, lejos de aquellas aspiraciones de triunfo a escala mundial que trazó precisamente con Reig, cuando Los Cinco aún no tenían sobrepeso ni debían de hacer frente al pago de cuotas de la hipoteca.

En esa mezcla de realidad y ficción, con subtramas que enlazan novelas de laboratorio farmacéutico (un subgénero que no deja de aportar títulos) con realidades post-hippies y británicos en bañador por la costa almeriense, Orejudo va retorciendo los límites de la novela, jugando con los tiempos narrativos, aportando detalles que unas veces hacen más verosímil tan compleja estructura y en otras ocasiones parecen humoradas que no desentonan en absoluto. En una entrevista en el siempre interesante Página 2, el programa de libros de TVE, intentaba huir de esa etiqueta de escritor humorístico, pero esta novela se lee con una sonrisa, si no una risotada de vez en cuando. Una vez el lector acepta el juego que le propone el autor, la complicidad se va afianzando precisamente por esos guiños divertidos, que una vez vienen por el título escandaloso de una ponencia sobre Los Cinco en un congreso para frikies de las historias de Enid Blyton, en otra ocasión podemos encontrarlos en ese sarcasmo que utiliza para hablar de Reig (cuando le interesa) o, sencillamente, a medida que avanza la historia y podemos imaginar la tripa cervecera de Julián o los estragos de la edad en cualquiera de los otros miembros de los “Famous Five”.

Una novela muy entretenida que, además, suscitó debates interesantes acerca de la generación a la que pertenece su autor. Un ejercicio de estilo del que no era fácil salir indemne y que Orejudo resolvió con destreza, sin escabullirse por uno de esos pasadizos secretos que siempre aparecían en los libros de Los Cinco.

“No hay nostalgias como las de antes”

Javier Ikaz y Jorge Díaz son un par de individuos que han triunfado con un blog fresco y sencillo dedicado a evocar aquellos años 80 que cuando los vivíamos nos parecían de lo más normalito, tirando a cutres. No es de extrañar entonces que el mundo editorial haya decidido sacar tajada (y lo ha conseguido) convirtiendo en libro todo el material de aquella web susceptible de ser trasladado al papel. Deben de ir ya por los 200.000 ejemplares de la primera entrega, hicieron un segundo volumen, anuncian para esta navidad el tercero, hay un juego de mesa en marcha y no son los únicos que quieren explotar el filón. Se anuncia un doble disco avalado por la mítica revista Súper Pop, se reúnen grupos como los Hombres G o El Último de la Fila y hasta vuelven orgullosas marcas que aspiran a ser hoy lo que ya simbolizaron ayer.

La explicación más sencilla quizá radique en que la franja de edad que hoy aún tiene poder adquisitivo (en conjunto) es la que creció por aquellos años. Son también los mismo que no encuentran cosas de marcianos regalar libros, CDs o hasta vinilos, cada día más presentes en las adocenadas tiendas de discos. Posiblemente sea una moda que se marchite al ritmo que envejecen sus portadores, pero el caso es una publicación tan hípster, tan cool y, dicho en serio, tan interesante como Jot Down ha editado un libro más que ameno sobre la base de esa nostalgia, mirando sin acritud con los ojos de hoy unas series que se concibieron para gustos de hace tres décadas (o más).

series jot down

Los que “fuimos a EGB” disfrutamos enormemente con ese juego de espejos en el que, porque estamos vivos, casi siempre tenemos la sensación de haber salido ganando. El libro “Cien series imprescindibles” reúne los textos de una cincuentena de autores que, en pocas palabras (dos o tres folios) y con bastante ingenio muchas veces, recuperan las sensaciones que despertaron series hoy de culto. Muchas veces, no tanto por su valor artístico, su trascendencia televisiva o la composición de sus guiones, como por haber sido emitidas cuando todavía no podíamos intuir que esos días que estábamos viviendo los miraríamos con mucha indulgencia años después.

Los dibujos de Mazinger Z, Vickie el Vikingo, Comando G, Marco, David el Gnomo o Érase una vez… el cuerpo humano se alternan con Verano azul, Alf, Aquellos maravillosos años, El príncipe de Bel Air o Sensación de vivir (por quedarnos en los 90), pero la selección abarca desde Tom y Jerry (incombustibles desde 1940) hasta series de anteayer, que lógicamente escapan al juego de comparaciones que preside todo el volumen.

Hay ejercicios de “animación comparada” entre la Heidi pasada por los dibujantes japoneses a los clásicos vistos por esa pareja no menos clásica de Cruz Delgado y Claudio Biern, que hicieron posibles personajes míticos de la animación española como Don Quijote de la Mancha, D’Artacán, Willy Fog o David el Gnomo. Está también el relato truculento de lo ocurría tras las cámaras en Alf o Roseanne, y hay miradas entre amables y socarronas de episodios de Fama [esos calentadores…], Mac Giver [cómo olvidar su paso por una aldea vasca] o Al salir de clase (donde cada capítulo era peor que el anterior en todos los sentidos).

Posiblemente, si la nostalgia no nos anulase el juicio crítico del modo que lo hace, este libro sería visto como la suma débil de muchas buenas intenciones. Sin embargo, con una buena presentación gráfica (si bien el cuerpo de letra no es el más adecuado para cuarentones consagrados), el volumen se lee con una sonrisa bobalicona y permanente en la cara. Y de regalo viene con una lámina de Mazinger emergiendo de las aguas con Afrodita A y una bolsa de tela con la cara de Pippi Langstrump.

Pura evocación en vena.