“Tierra” es una de las palabras que aparecen con más frecuencia, desde el mismo título. Las mujeres, también en el título, son las grandes reivindicadas de esta obra que se define como “Una mirada íntima y familiar al mundo rural”. La ha publicado con éxito Seix Barral (lleva unas cuantas ediciones), ha generado expectación en los medios y lleva la firma de María Sánchez, “poeta y veterinaria”, según reza la descripción más frecuente en las reseñas.
“Tierra de mujeres” es un libro de difícil clasificación. Alberga una belleza sutil y puede parecer una evocadora colección de recuerdos familiares, pero es bastante más. Tiene mucho de alegato, y hasta de respuesta a esa mirada complaciente, urbana y masculina con la que se ha abordado tradicionalmente el campo en la literatura en castellano. Y es un altavoz para esas mujeres silenciadas que han sido protagonistas durante muchas generaciones pero han trascendido como meras secundarias. “Mi abuela no sabe de libros y cuadernos pero sí del frío y de la tierra”, dice la autora poco antes de reivindicarse como “parte de una estirpe de mujeres de tierra”.
María Sánchez es hija y nieta de veterinarios pero es la primera mujer de su familia en ejercer esta profesión. Mujer en un mundo de hombres (hasta hace poco), busca tiempo para escribir después de largas jornadas: “nuestro medio rural necesita otras manos que lo escriban, que no pretendan rescatarlo ni ubicarlo”. Y escribe con rabia contra esa literatura “que nos llama granjeros, que usurpa la voz de los que se manchan las manos de tierra y habitan entre campiñas y montañas”.
El texto bascula entre recuerdos que abrazan historias preciosas (como la de su bisabuela Josefa, que un día sintió la necesidad de despedirse de los alcornoques que habían jalonado su existencia mediante las sacas cíclicas del corcho de su corteza) y llamadas de atención a esas administraciones públicas y a esos medios que solo se acuerdan “del agro” cuando tienen que ir a pescar votos o se pone moda. “Conectividad, servicios básicos, educación, sanidad, cultura… ¿En qué momento hemos permitido que nuestros pueblos y sus habitantes no tengan los mismos derechos que los habitantes de las ciudades?
Cuando este libro empezó a hacerse un hueco en los suplementos literarios de los medios (Babelia, Abc, El mundo, eldiario.es son sólo unos pocos ejemplos de la amplia repercusión que ha tenido la moda de hablar de “la España vacía”, para oponerla a “la España vaciada” que defiende la obra de María Sánchez) un amigo curtido en mil batallas me recordó que ya hacía años que en su editorial (del ámbito rural pero sin que ello supusiera menoscabo para buscar temas y autores de interés) dedicaron un libro a las mujeres del ámbito rural.
Aquel libro se llamaba “Orosia. Mujeres de sol a sol”, se publicó a finales de 2002, con el sello Pirineum y sus editores lograron una verdadera constelación de autoras: Espido Freire, Mercedes Yusta, Carme Riera, Julia Otxoa, Maria Barbal, Soledad Puértolas, Ángela Labordeta… y así hasta casi la docena. El único hombre que firmaba un texto en esta selección de relatos era José Lera, un autor en aragonés cheso (de la Val d’Echo, en el Pirineo de Huesca) que evocaba en una canción a la más pequeña de una casa familiar, que parecía condenada, por su condición de mujer, a estar siempre al servicio de los demás.
Mientras avanzaba a toda velocidad por las escasas (e intensas) doscientas páginas de “Tierra de mujeres” me he acordado en diversas ocasiones de los distintos relatos de “Orosia”. Decía este libro en su contraportada que esta obra colectiva era “una reivindicación de la mujer como persona y como eje de una sociedad que la marginó sin comprender que su ausencia conducía al abandono”. Y remataba la excelente definición el contenido del libro señalando que todo estaba observado “a través de los ojos de la mujer, la única que lo entendió todo y a la que nadie dejó explicarlo”.
“Orosia” está agotado, desgraciadamente. Es un libro bien vivo que no ha perdido un ápice de sentido, con un contenido de nivel, enriquecido por fotos de gran calidad y en glorioso blanco y negro, de aquellas que dejaron los pioneros de la fotografía en sus incursiones en el campo. Tiene una edición cuidada y ofrece miradas muy sugestivas a realidades geográficas bien diferentes, con puntos de vista muy personales.
En cierto modo fue uno de los primeros hitos en esa literatura de compromiso con las mujeres y el ámbito rural, como es el libro que ahora triunfa, el de María Sánchez. Pensaba que un libro de estas características sería bien valorado en general. Pero al echar una ojeada a uno de los muchos reportajes que se han ocupado de él, caigo sin querer en los comentarios de los lectores y empiezo a leerlos. Provocan estupor.
Qué necesario es este libro.