Personas normales

Cuando una murió, en 1995, la otra cumplió cuatro años. Entre el Hong Kong colonial y el Dublín actual media casi la misma distancia física que temporal. Las historias que se cuentan están protagonizadas por mujeres, narradas por ellas, con voces distintas y unos tonos que las convierten casi en crónica de una época, unos usos y unas creencias. Vayamos por partes, a ver cuánto tardan en solaparse.

Eileen Chang nació hace un siglo en Shanghai, tuvo que dejar Hong Kong cuando fue invadida por los japoneses y, tras el triunfo comunista en China, terminó refugiándose en EEUU, donde murió a los 75 años sin haber podido volver a su país. Libros del Asteroide empezó hace poco a traducir sus novelas y a finales del año pasado publicó en un solo volumen dos novelas cortas bajo el título de “Incienso”. El inicio de la primera de ellas se puede leer aquí, y ofrece muchas pistas sobre qué tipo de narración nos vamos a encontrar. Minuciosidad en las descripciones, sutileza en el retrato de los personajes, habilidad para criticar ese colonialismo en el que las costumbres británicas se exportaban a sus tierras de ultramar, aunque la humedad y las condiciones geográficas hicieran casi absurdo según qué usos. Y mucha hipocresía, la de las clases altas que cultivan aquello de “vicios privados, virtudes públicas”.

Cubierta en alta - Incienso - copia

Una joven hermosa es la protagonista de la primera historia. Para poder seguir estudiando se ofrece a una tía con la que casi no tiene contacto por cuestiones familiares que tampoco vienen al caso. Y ella la “amadrina” en una evidente trata de blancas que, en esa época y ese lugar, tampoco estaba tan mal visto. Esa sutileza con la que la narradora omnisciente va desgranando detalles provocan un deseo insano de querer saber más, de descubrir hasta dónde serán capaces de llegar, la tía y la sobrina. La otra novela corta que conforma este volumen es más directa, narra sin ambages un matrimonio de conveniencia en el que la hipocresía también se despliega en toda su maquiavélica amplitud. Ese tono que puede parecer distante evoca esas películas que retratan aquella época con fotogramas brumosos, manchados de amarillo, con música lánguida y personajes que parecen pedir permiso para abrir la boca y dejar caer frases demoledoras, mientras el humo del opio va ocupando esas estancias hechas de paredes de papel.

Ese exotismo, visto desde Occidente, puede ser el que experimenten (aunque en la dirección contraria) los lectores que desde el Hong Kong rebelde de hoy mismo accedan a una novela que arranca en Dublín, escrita en primera persona por una joven que se deja de sutilezas y explica, en plena era de Netflix y los correos electrónicos, cómo se puede enamorar una de un hombre más mayor, con talento y éxito, casado con una periodista con la que parece conformar un matrimonio ideal. Narraciones descarnadas de fracasos sentimentales, congojas familiares, expectativas por cumplir y un mundo de bohemios burgueses en los que no está mal visto echar una cana al aire… hasta que todo parece saltar por los aires. La novela la escribió Sally Rooney, nacida en 1991, y fue saludada por la prensa británica con críticas entusiastas y premios diversos. Esta joven autora está de rabiosa actualidad (hasta que aparezca otra actualidad más rabiosa cualquier día de estos) porque otra novela suya está en la base de una serie de esas que todo el mundo comenta: “Normal people”.

Esa frescura, esa desinhibición, ese realismo y esa cercanía que tanto ponderan las críticas televisivas están muy presentes también en “Conversaciones entre amigos” (publicada por Random House hace un par de años). Frances, la narradora en primera persona, va mostrando mediante diálogos, emails, mensajes telefónicos… cómo una serie de parejas han de afrontar los resbalones que propician diversos polvetes (y polvazos) con sus propios malentendidos incorporados. Por las calles de Dublín, en la biblioteca de la facultad, en la cocina elegante de una casa bien pija y hasta en unas vacaciones en la Bretaña se van sucediendo escenas de una de esas películas que hoy triunfan entre esos adultos con miedo a crecer del todo que creen que no han quemado toda la pólvora que tenían preparada.

RH34468

El tono narrativo de Rooney es acertadísimo, sin envaramientos, con ese tono de crónica de las miserias cotidianas con el que tan fácil resulta sentirse identificado, independientemente del género, condición o preferencias sexuales de los lectores (y lectoras). No creo que ninguna de estas dos obras pueda ser considerada de consumo preferentemente femenino por el hecho de que sean mujeres quienes cuentan la historia.

Ese estilo depurado de Chang (que a veces acelera el ritmo moroso con el que arranca el relato) se convierte en Rooney en una narración más directa, llena de referentes que la acercan mucho a los lectores contemporáneos pero quizá lastren su pervivencia. Son historias de personas normales en ambientes dispares, con las que rápidamente empatizamos. Varias décadas median entre ambas novelas pero poco varía el sustrato sobre el que se asientan.

Tum maragathum

Este año tan extraño de 2020 ha obligado a muchos de los que nos resistimos a abandonar las agendas de papel a mantener activas varias de ellas, porque el confinamiento nos pilló con las citas marcadas en un cuaderno que hasta muchas semanas después no volvimos a ver. Con abril bien entrado, y al no tener claro cuándo volvería la normalidad, me decidí a emborronar una agenda que me había guardado sin usar, y que había editado National Geographic en recuerdo del quinto centenario de la primera vuelta al mundo. Un homenaje a Juan Sebastián Elcano elaborado con enorme gusto gráfico y pespunteado por citas extraídas de diversas crónicas que se ocuparon de aquella hazaña, tan costosa en vidas humanas, tan copiosa de historias fantásticas.

visualizacion-a-semana-vista-de-la-agenda-national-geographic-2020_cb0d4a55_1148x728

En la primera mitad de 1520 las cinco naves que partieron de Sevilla bajo el mando de Magallanes andaban medio atascadas en La Patagonia y comenzaron a sufrir las primeras pérdidas importantes. Llevaban entonces nueve meses navegando, a punto de sortear el cabo de las Once Mil Vírgenes, antes de enfilar al estrecho que hoy lleva el nombre de Magallanes. Desde los barcos veían las hogueras que encendían los indígenas en ese laberinto de islas y así se quedó el nombre de Tierra de Fuego para aquellos parajes recónditos que están en medio de los dos océanos.

La agenda de National Geographic abunda en citas del propio Elcano (para eso es el homenajeado, el que logró volver a Sevilla después de tantas tribulaciones al frente de una veintena de hombres famélicos) pero también aparece de manera recurrente el nombre de Antonio Pigafetta, uno de esos escasos sobrevivientes que fue además el cronista más conocido de semejante odisea. Últimamente me había ido encontrando con él en varios de los libros reseñados durante el encierro, precisamente porque hablaban de viajes y nos permitían salir más allá de esas calles desiertas por las que no anduvimos entre mediados de marzo y finales de mayo. Conseguí la edición más reciente de Alianza de “La primera vuelta al mundo”, en una versión magnífica de Isabel de Riquer, que contextualiza en un centenar de páginas aquella aventura excepcional.

Y me sumergí en esa crónica que García Márquez (eso dicen las noticias de cuando le fue entregado el Nobel) consideró “un libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy”. Y qué razón tenía. Cuando la expedición (sumamente menguada) viajaba hacia península Ibérica, Pigafetta se hace eco de lo que “nos contó nuestro piloto más viejo” y describe una isla llamada Ocoloro donde sólo viven mujeres a las que fecunda el viento y que, cuando dan a luz, si el recién nacido es varón lo matan inmediatamente, pero si es hembra la crían”. En otro momento, antes de hablar de las islas de Cabo Verde, en la antesala ya de la llegada a Sanlúcar, explica que al arrojar los cadáveres de los tripulantes que murieron ya acuciados por la hambruna, si eran cristianos “se hundían con el rostro hacia arriba y los de los indígenas con el rostro hacia abajo”.

9788491814993-la-primera-vuelta-al-mundo

Esta peculiar “guía de viaje” es prolija en la descripción de los vientos que permiten avanzar o que les obligan a detenerse, describe paisajes fabulosos y también las propiedades de productos que se encontraban cuando buscaban especias, que era el objetivo del viaje. Menciona la rivalidad con los otros amos del mar entonces, los portugueses; describe motines y también la muerte violenta del propio Magallanes, se hace eco de las costumbres sexuales de los pueblos que descubren y enumera minuciosamente las baratijas con las que comerciaban con los indígenas que se van encontrando, a veces menos dispuestos al trato de lo que ellos intuían.

El libro se lee con una sonrisa que a veces se congela al descubrir cómo atajaban de raíz cualquier cuestionamiento de la autoridad en cada nave. Y es sumamente interesante el rigor con el que Pigafetta intenta conocer las lenguas de los pueblos con los que se van topando. Hace largas enumeraciones de palabras que unas veces se centran en los nombres de los vientos, en los números, en las partes del cuerpo, “en los gusanos que se comen las naves” o en lo que dicen cuando estornudan. Entre esas listas fantásticas de palabras, cuyo equivalente son términos repletos de musicalidad, aparecen a veces frases más que curiosas. En las islas del Maluco (las Molucas que ahora conocemos) recoge el vocabulario de “estos pueblos moros” y en el amplio listado aparece traducida una expresión que debía de ser muy frecuente (para la mentalidad extractiva con que viajaban hasta la otra punta del mundo): “este hombre es un haragán”.

El libro se puede empezar por cualquier página. Y el viaje ya no tendrá rumbo, pero será la mar de placentero, que en la lengua de los habitantes del Verzín venía a ser algo así como “tum maragathum”.

Tardes de domingo y jazz

Las tardes del domingo me resultan mucho más llevaderas gracias a Sonideros, el programa de Radio 3 que a lo largo de cuatro horas explora todo tipo de músicas. Hay muchos fines de semana que organizo mis quehaceres domingueros de manera que pueda alternar al máximo la duración del programa con las actividades propias del remate del fin de semana. La música negra del Doctor Soul suele ser la que me acompaña mientras preparo la tortilla de patata, el afrobeat de DJ Floro es más para terminar de echarle un vistazo a la prensa del día, Rodolfo Poveda me acompaña mientras organizo mentalmente el lunes mientras que a Jesús Bombín lo suelo escuchar desde los podcast, porque cuando entra su espacio ya es de noche y estamos pensando en el “stormy Monday”…

Posiblemente no serán los presentadores con mejor dicción de la emisora pero atesoran un saber enciclopédico, y sus respectivas sesiones desprenden naturalidad y buen rollo, sin jactancia. Parecen tipos encantados de compartir todo lo que saben. La semana pasada, el Doctor Soul se descolgó con un programa titulado “No digas que fue un sueño”, en el que casi al final se hacía eco del lanzamiento de un disco con una curiosa historia detrás. Un directo de Thelonius Monk que se grabó en un instituto de Palo Alto (California) hace medio siglo y que ha permanecido inédito hasta ahora. “El concierto que unió a negros y blancos”, ha sido el titular que han repetido muchos medios al hacerse eco de la noticia. La historia es curiosa y la cuentan muy bien aquí. Hasta que a finales de julio se publique este “directo” circula una versión de “Epistrophy”, que fue la que se puede escuchar en esta hora maravillosa de Sonideros. Cuando ahora vuelven a copar las noticias los conflictos “raciales” en EEUU, sale a la luz la grabación del concierto (organizado por un chaval judío en un instituto de blancos) de un pianista negro que arrastraba a sus hermanos hacia cualquiera de sus actuaciones. Remata así su noticia la periodista de RTVE que lo cuenta en la web: “ambos -el niño y el genio- pudieron demostrar en 1968 algo que se confirma medio siglo después: el poder que tiene la música para unir a quienes se ven distintos y sin embargo son completamente iguales».

índice

Si hubiera conocido este disco Chema García Martínez hace más o menos diez años posiblemente lo hubiera incluido en un libro que ha aparecido en mi mesilla, enterrado en la pila de los pendientes de leer. Se llama “Esto es jazz” y lleva un subtítulo poco esclarecedor: “los 101 + 101 mejores discos de la historia”. Lo voy degustando como quien se toma un culín de whisky de malta, de manera que siempre quede otro culín para el día siguiente. Esta peculiar selección de los 101 mejores discos de la historia la hace un crítico que lo sabe casi todo sobre el jazz y la primera tentación es mirar cuántos de ellos tenemos guardados en casa. Están los obligatorios: Kind of blue, A Love Supreme, Ella&Louis, Lady in Satin, Calle 54… Pero aquí aparecen muchos más de Miles Davis, de Coltrane, Count Basie, Dizzy Gillespie, Betty Carter, Oscar Peterson, Benny Goodman y tantísimos otros. Ni viviendo veinte vidas podríamos saber lo necesario para disfrutar del todo de una música que se deshilacha en cientos de estilos y variedades para seguir creciendo y haciendo disfrutar a públicos de todas las edades.

9788420609201-esto-es-jazz

Este libro de Chema García Martínez es de 2012, y todavía está en el catálogo de Alianza. Es curioso que en el prólogo el autor hable de LP, CDs y otras grabaciones pero todavía no mencione Spotify u otras plataformas musicales donde ahora podemos perdernos hasta el infinito encadenando sugerencias y similitudes. Los “otros” 101 discos que recomienda nacen de ese espíritu tan típico del mundo online de “si te gustó esto también te puede interesar…”. Estas segundas recomendaciones van desde discos poco conocidos de los artistas más famosos a obras que complementan y hasta “contradicen” la reseñada como principal. El libro es un canon, por supuesto, pero también un batiburrillo de obras, comentadas por el propio autor y otros periodistas de los que selecciona textos breves, que unas veces se hacen eco de un concierto en Madrid (casi siempre son menciones de la capital) y en otras ocasiones son reseñas para la prensa especializada. Hay también opiniones de otros músicos, sugerencias de obras o artistas similares y muchas referencias bibliográficas, que son las que hacen evidente ese desconocimiento enciclopédico que padecemos en esta casa, a pesar de nuestra perseverante afición.

61QRfA52qzL

En muchas ocasiones, para saber algo más de uno de esos clásicos “menores” recurría a un fantástico libro ilustrado que publicó Larousse en francés: «Le jazz dans tous ses etats” hace un par de décadas. Seguro que hay ediciones posteriores pero la que tengo yo llega hasta el año 2000, precisamente, y de manera cronológica desgrana los grandes nombres de esta música “en movimiento perpetuo”. Las raíces musicales, africanas, los cantos de trabajo y los himnos de los esclavos negros, la música clásica de Europa, las marchas militares, el mestizaje actual… Todo aparece esta mini-enciclopedia del jazz que tiene la virtud de que vas a buscar una cosa y dos horas después ya has olvidado qué era pero te has encontrado con muchas otras historias interesantes.

El libro de Chema García Martínez se convertirá en otra obra de consulta ineludible, aunque presenta un hándicap. Tiene al principio un sucinto índice de los discos referenciados pero le falta al final otro índice onomástico que facilite la búsqueda, y más en este caso, cuando hay tantos nombres que complementan a otros y favorecen ese vagar indolente, de disco en disco, de artista en artista, perdidos en este mar de música infinita.

Acaba de empezar una nueva edición de Sonideros, cuatro horas de música por delante. Es el momento de dejarlo aquí.