Cuantas veces hemos visto a alguien a quien acercaban un micrófono y aprovechaba para mandar un saludo a su madre, que lo estaría escuchando. Los pocos segundos de fama o de atención obligatoria llevaban a muchos a no dejar pasar la oportunidad de legar unas palabras a la audiencia. Ahora, la proliferación de altavoces, del tipo que sean, permite que todo el mundo, en algún momento, por cualquier medio, pueda decir la suya.
A veces meto las narices en los comentarios de Amazon y se me pasa el rato viendo cómo el personal ajusta cuentas con la humanidad. Es sencillo, sale gratis, no hay que identificarse y el público está asegurado, porque el que los mira tiene un mínimo de interés hacia el libro comentado. Me llamó la atención el otro día, entre un montón de voces encomiásticas, un lector que ironizaba sobre el ego de Steve Van Zandt, al hilo de sus memorias, publicadas recientemente por Libros del Kultrum con el ingenioso título de “Flechazos y rechazos”. El original, que es el que había provocado el mosqueo del lector en la versión original, es “Unrequited infatuations”, algo así como “enamoramientos no correspondidos”.
Estas memorias de Little Stevie (en las que sabremos el porqué del apodo del guitarrista de la bandana, como también descubre el secreto de este peculiar tocado) están escritas desde un yo desaforado. En eso tiene razón el comentarista. Hay un episodio a propósito de la visita de Jackson Browne y el propio Van Zandt a la Nicaragua sandinista, con la mujer de Daniel Ortega en el despacho presidencial, que son una muestra elocuente de ese ego desatado. Pero quizá aquí radique uno de los encantos de esta autobiografía tan divertida e irreverente.
Con apelaciones frecuentes a los lectores, Stevie Van Zandt se nos muestra como el perejil de casi todas las salsas. Pero es que lleva décadas (con sus intermitencias) siendo la mano derecha de Bruce Springsteen en el escenario, con lo que eso conlleva, y nadie puede soslayar sus méritos en la producción de “The River”, un disco memorable. Por poner un ejemplo.
Para los que llevamos décadas siguiendo al Boss por las carreteras que quiera conducirnos, este libro es una guía turística. Y nos dejamos llevar, encantados de que cuente con su peculiar punto de vista, momentos fundamentales de la banda. Como cuando, en la página 92, explica el día en el que el Boss y él descubrieron que Clarence Clemons tenía ese “sonido puro y fresco que nos daba la vida”. El recuerdo de esa epifanía no tiene desperdicio: “Bruce me miró con la misma expresión que debió de ponerle Cristóbal Colón a su primer oficial cuando, después de treinta y seis días desafiando a la muerte en mitad del océano, vieron a aquellas indígenas desnudas tomando el sol en San Salvador de Bahamas”.
Durante la gira que Bruce y su banda hicieron tras la muerte de Clarence Clemons, huérfanos de ese saxo tan característico, había un momento mágico. Sonaba “Tenth Avenue Freeze Out” y cuando llegaba el verso que recordaba la incorporación de The Big Man a la banda, las luces se apagaban, el Bross enmudecía y el estadio hacía lo propio mientras en las pantallas aparecía la silueta inconfundible de Clemons, anclado a su saxofón. En sus memorias, Van Zandt rememora las dificultades que tenía su jefe en torno a esta canción, en el momento de incluirla en “Born to run” y cómo recibe el encargo de “arreglarla”. En ese momento, Stevie no pertenece a la E Street Band y asume su condición de lugarteniente: “Le hice caso. Fingí ser el leal soldado que cumple con el deber sagrado de asegurarse de que todo el mundo tenga muy claro quién manda”.
Las andanzas de Van Zandt al lado del Boss proporcionan momentos impagables. Así describe el camino que estaba tomando su jefe en el arranque de su carrera: “Bruce estaba haciendo evolucionar el rock con la ayuda de todas las formas de arte anteriores. Que echaba una mano de la literatura de Dashiel Hammett, Raymond Chandler y James M. Cain. De las películas de John Ford, Elia Kazan y Jacques Tourneur. De la poesía de Rimbaud, Whitman y Ginsberg. De la paleta explosiva de Van Gogh y la invención formal de Picasso. Eso por no hablar de la audacia de Little Richard y Elvis Presley; de la maestría de los Beatles; del sexo de los Stones; del escalpelo social de los Kinks, de la perspectiva de Pete Townshend y del nervio de los Who; de la frustración obrera de los Animals, del temperamento lírico de Bon Dylan; de la excelencia espiritual de Van Morrison; de la ambición musical de los Byrds; de la sombría teatralidad de los Doors y de la amplitud histórica de The Band”. Casi nada.
El polifacético Stevie, además de una enciclopedia con patas del rock, ha trabajado durante décadas haciendo arreglos musicales, no en vano dice en varias ocasiones que su principal talento reside en saber cómo desmontar una canción y hacerla potente, limando todas las piezas para que encajen a la perfección. También ha ejercido de promotor, de activista político, de filántropo en iniciativas para lograr un método eficaz de enseñanza de música en las escuelas, tiene su propio programa en la radio y, además de guitarrista en la E Street Band, dirige su propia banda (Little Steven and the Disciples of Soul). Pero lo que acabó de consagrarlo a otro nivel, y así aparece destacado en la cubierta de la versión española de estas memorias, es su participación como Silvio Dante en “The Soprano”, como consigliere y mano derecha de Tony.
De los entresijos del rodaje de la serie, de su amistad con el creador David Chase, de la repercusión que alcanzó y del placer con el que abrió una nueva puerta en su atrafagada carrera da buena cuenta en estas memorias. En el documental “The Sopranos Sessions” precisamente se echa mucho de menos su presencia y apenas es mencionado de soslayo cuando en sus memorias se muestra como todo un factótum de una serie más aclamadas de la historia de la TV, la que dicen que cambió el paradigma y consolidó el proyecto de HBO. Si hacemos caso al propio Stevie fue candidato a encarnar al propio jefe del clan, antes de quedarse en retaguardia y desempeñar un rol similar al que ejerce en la E Street Band.
Como queda claro en estas memorias, si hay algo de lo que va sobrado Van Zandt es de audacia y, después de convertirse en el histriónico Silvio Dante, se embarcó en otro proyecto televisivo aún más arriesgado, casi autoparódico. En la serie de Netflix “Lilyhammer” volvió a encarnar a otro mafioso, con más tics todavía, refugiado en la ciudad noruega que albergó los Juegos Olímpicos del 94. Frank Tagliano es protagonista absoluto de las tres temporadas en las que se mezclan el noruego y el inglés, con un humor socarrón y unas situaciones tan estrafalarias que el espectador a veces duda sobre si tomárselas en serio. Stevie Van Zandt toca aquí todas las teclas: interpreta, produce, dirige, canta, selecciona la música que aparece y echa mano de sus amistades para que vayan haciendo cameos. Una vez más, en esta memorias, abre su cola de pavo real y nos cuenta en detalle cómo se fraguó este proyecto que le convirtió en toda una celebridad entre los televidentes noruegos.
Estos días, mientras suenan los rumores de una nueva gira mundial de la E Steet Band, leer estas memorias es un buen antídoto para calmar los nervios (o para exacerbarlos, que también sirve) ante las dificultades que supone conseguir entradas cuando se hace el anuncio oficial. Este libro, además de por el interés que tiene un personaje tan hiperactivo, es una maravilla física, como todos los libros de la editorial. Una edición cuidadísima, con detalles que lo convierte en objeto de coleccionista: buen papel, una solapa trasera que cubre toda la tripa cuando se cierra y una foto enfajada en la cubierta. Hay un índice final que ayuda a localizar las numerosísimas referencias que aparecen a lo largo de esta obra que, sin demasiado esfuerzo, podría convertirse en una lista infinita de Spotify en la que suene la mejor música del siglo XX, el tiempo dorado del rock, en palabras de Stevie.
Y para el que lo dude, se puede recurrir a uno de los muchos fogonazos que aparecen estas memorias. Cuenta Stevie una bronca con el Boss, una de las tres discusiones más fuertes que tuvo. Fue a propósito de “Tunnel of love”, cuando prescindió de sus músicos de toda la vida para editar un disco más personal. La opinión “poco delicada” de Stevie acerca de algo de este disco llevó a su jefe a echarlo de su casa. Van Zandt zanja el tema en pocas palabras: “Como es natural, yo llevaba razón”.
Pues eso.