“Premio Nobel a Vargas Llosa. Todos parecen contentos. (…) No hay alcalde en España que no tenga una foto con él. (…) En Pamplona lo nombraron “Copero Mayor del Reino de Navarra”. (…) Yo creo que no emite esa resonancia propia de los mejores. Por poner cercanos a él, no creo que produzca el eco de un Cortázar, de un García Márquez, un Rulfo o un Onetti. No digamos nada de Borges. Lo que sí creo es que Vargas Llosa podría haberse dedicado a cualquier cosa y siempre habría llegado muy arriba”. Está acabando ya el año 2010 y ésta es una de las entradas que Iñaki Uriarte ha conservado en su diario, muy condensado. Quiere la casualidad que lo lea en paralelo al final del monumental ensayo “Aquellos años del boom”, de Xavi Ayén, precisamente cuando el periodista catalán cierra su documentada semblanza biográfica de los artífices del mayor terremoto literario y comercial de la literatura en español con el episodio que vivió él en Nueva York, al lado del escritor peruano cuando era informado de que le habían concedido el galardón por antonomasia.
El libro de Ayén, publicado en 2014 por RBA, lleva el subtítulo elocuente de “García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo”. Aunque el protagonismo es coral y muchos de los protagonistas del ensayo coinciden con los citados por Uriarte en su diario como detentadores de mayores méritos que el escritor hispano-peruano, éste tiene un protagonismo destacado y el colofón del premio Nobel evoca esos finales “made in Hollywood”, después de lo que parecía el desarrollo de toda una saga repleta de ramificaciones personales, temporales, geográficas, políticas y hasta sexuales.
Lo que queda claro es que Vargas Llosa es un verdadero stajanovista de la pluma, se dedica a ello con una constancia y meticulosidad que recuerdan la anécdota de Onetti, cuando decía que él mantenía una relación adúltera con la literatura mientras que Vargas Llosa vivía con ella un matriomonio perfecto, con todas sus servidumbres, sacrificios y, se sobreentiende, recompensas. El propio escritor lo ha confirmado en una entrevista que Babelia le ha dedicado ante la proximidad de su 80º cumpleaños. En un raro gesto de inmodestia dice no tener “un talento natural para escribir”. La entrevista se pierde luego en los vericuetos de su romance (es ridículo caer en semejante terminología, pero las circunstancias lo aconsejan) con Isabel Preysler, reina de las revistas del corazón. Es como el cierre lógico a una vida sentimental marcada por haberse casado primero con su tía y luego con su prima. Si una es la “tía Julia” que dio título a una novela y generó problemas familiares y hasta legales, la otra es la Patricia de “naricilla respingona” a quien dedicó su discurso del Nobel. En medio hubo otros amores que también tuvieron su cuota de protagonismo en la carrera literaria del peruano.
De todo ello habla Ayén en este libro que se va extendiendo por medio mundo, desplazando el foco del boom de París a Barcelona, de ahí a México o Buenos Aires, con escalas en Estocolmo, Nueva York y hasta Calaceite. Siempre siguiendo el rastro de un puñado de amigos que venían de Colombia, Perú, Uruguay, Argentina, Chile, Brasil, México y encontraron en la capital catalana terreno abonado para levantar un puñado de obras literarias prácticamente inmortales. El estudio de Ayén se abre con lo que parece una concesión sensacionalista, la narración detallada del puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez, adornado con un filete ensangrentado para bajarle la hinchazón del ojo y manteniendo la sospecha de que fue un asunto de faldas el que quebró por siempre la amistad fraternal entre los dos representantes más conspicuos del boom.
Esta eclosión fue posible por una concatenación de circunstancias favorables, una especie de conjunción astral al más puro estilo Carmen Balcells (la gran dama en una sombra “muy luminosa”) en la que se alinean unos autores que escapaban de América por razones diversas; el anhelo de libertad de una Barcelona que buscaba romper las costuras de una dictadura agonizante; unos editores jóvenes, atrevidos y con el punto ególatra necesario para desoír los rigores de una incierta cuenta de resultados; una emergente Balcells, que parecía omnipresente en su afán por inventar un oficio de agente literaria todavía por definir; una revolución cubana tan triunfante como ilusionante y engañosa, y (lo más importante) muchas historias por contar y caudales enormes de talento para hacerlo.
Destilado, éste podría ser un resumen muy extractado de la ambiciosa investigación de Xavi Ayén. Pero es muchísimo más: un caleidoscopio de voces, estilos de vida, principios morales, acentos de la lengua española, procedencias sociales y hasta vidas sentimentales en el que todo se va sucediendo con suavidad, sin ligereza, con tenues y escasas reiteraciones que no suponen una merma en el relato contenido de una amistad cargada de literatura.
Este rompecabezas está concebido con precisión, elevado con pulso firme y sostenido con templanza, en pos de un final apoteósico en el que el periodista lleva al lector de la mano al piso 46 de un rascacielos neoyorkino, donde Vargas Llosa recibe la noticia que esperaba con falsa modestia desde hacía ya unos años. Muchas páginas atrás hemos visto cómo vivió un trance similar García Márquez, también hemos leído por qué no se lo dieron a Borges o hemos repasado anécdotas menores de cuando se lo llevaron Cela y Octavio Paz, de la misma manera que ha quedado constancia de los méritos que atesoraron otras voces destacadas del español como Rulfo, Cortázar u Onetti.
Este libro inmenso, lleno de historias muy personales, algunas verdaderamente miserables, al lado de episodios no exentos de grandeza y generosidad o de pequeñas tragedias no menos lacerantes, no muestra el enorme trabajo que encierra. Las horas de satisfacción que proporciona al lector son ínfimas comparadas con el placer que ha debido de experimentar Xavi Ayén mientras se iba documentando, montando el armazón de semejante obra, para luego revestirlo e iluminarlo hasta acabar facturando una obra, si no definitiva, sí imprescindible para saber qué fue eso del boom y entender por qué sus ecos no terminan de apagarse.