Nueva Orleans no se acaba nunca

Hacía mucho tiempo que no me pasaba, empatizar de tal manera con una ficción que parecía tan alejada de mi realidad cotidiana. Durante varias semanas he ido saboreando los episodios de una serie americana estrenada hace casi una década y ambientada en Nueva Orleans, en los meses siguientes al paso devastador del Katrina, en 2005. “Treme” se llama esta serie de 4 temporadas y 36 episodios, que no he querido todavía saber cómo acaba. La firman David Simon y Eric Overmeyer y es totalmente adictiva.

Los personajes desprenden tanta autenticidad que uno tiene la sensación de asomarse a la ventana de cualquier casa destartalada del barrio y ver lo que ocurre en las calles del Tremé, el barrio que da nombre a todo. La cuitas de Antoine Batiste, un trombonista con más picores que un adolescente; el activismo de la abogada Tony Bernette; los sacrificios de la chef Jeanette, dispuesta a enriquecer la sabrosa cocina local; los delirios musicales de Davis McAlary; el desclasamiento que padece LaDonna, una mujer de belleza inquietante y carácter volcánico; los esfuerzos del cachazudo poli Terry Colson, luchando por no ser engullido por el pozo de indolencia en el que chapotean sus compañeros; el apego a las tradiciones del Big Chief, que choca con el virtuosismo con la trompeta de su hijo, frecuentador del escenario del neoyorquino Blue Note…

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Semejante galería de personajes se ve enriquecida con las apariciones estelares de mitos como Fats Domino, Elvis Costello, Trombone Shorty, Steve Earle o Allen Toussaint, inmersos en el frenesí de una ciudad que intenta levantarse, que nunca acaba de caer, precisamente porque su orgullo se lo impide. Una ciudad que concentra los índices más altos de su país en materias tan dispares como asesinatos no resueltos, músicos por metro cuadrado o variedades gastronómicas.  En la ciudad más europea de América, en un lugar que sabe con certeza que algún día será derrotado por las fuerzas de la naturaleza, en la cuna de la música que consumimos en todo el mundo, siempre suceden cosas y, afortunadamente, hay gente con talento para contarlas.

No estoy seguro de querer saber qué ocurrirá a Annie, mi violinista callejera preferida. Por eso me demoro en conocer el desenlace, aun a sabiendas de que me estoy perdiendo unas cuantas interpretaciones musicales memorables. Porque no hay episodio donde no suenen enteras un par de piezas sin que el espectador llegue a sentir, ni por asomo, que entorpecen el devenir del episodio. Con “Treme” se detiene el tiempo. Y la banda sonora de la serie augura horas de deleite.

Alguien me habló hace poco de un libro de título sugerente (Jazz para el asesino del hacha) y cubierta no menos llamativa. Escrito por Ray Celestine y publicado por Alianza en 2015, fue traducido por Mariano Antolín Rato, en lo que se intuye un buen trabajo de traslación de esa prosa rítmica, sazonada con muchos nombres propios, mitos pioneros de ese estilo que nació en el Mississippi para viajar por todo el orbe. Esta novela intensa está ambientada en Nueva Orleans, hace un siglo, basada en la historia real de un asesino que amenazó con matar a alguien en cuya casa no sonara jazz en la madrugada de un martes de 1919.

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Este asesino en serie estaba siendo acosado por investigadores más o menos hábiles, que en la novela descubren nuevos datos al mismo tiempo que lo hace el lector (todo un acierto de planteamiento). A todos ellos les amenaza un gran temporal, uno de esos que cada dos años y medio (como dice el alcalde en algún momento) tiene la mala costumbre de arrasar la ciudad.

Avanzaba por las páginas de esta novela trepidante y enseguida pensé que estaba asistiendo a la “precuela” de Treme. También aquí hay cameos de celebridades como King Oliver o Louis Armstrong, aquí sin ser todavía el trompetista legendario de voz ronca y carrillos hinchados.

“Jazz para el asesino del hacha” es una obra bien planteada, que se asienta sobre tres subtramas que avanzan en paralelo, y van tejiendo una especie de tapiz que bien podría acabar conformando un plano de la ciudad, con sus canales y sus calles de nombres franceses. Louis Armstrong e Ida Davis, detective de la Pinkerton; un expolicía recién salido de la prisión con buenas conexiones con la Mafia, y Michael Talbott, un policía en activo con un pasado borroso y un matrimonio singular. Estos son los tres ejes principales de una historia coral en la que se mencionan canciones que hoy son estándares de cualquier Big Band. Discurre por las calles del Barrio Francés, sale a las afueras, cerca de esos diques que tantas veces se han roto, se pierde en los tugurios que igual albergan putas que asesinos o tahúres, todos al servicio de la leyenda de la ciudad más canalla.

En esta novela de corte tradicional no hay personaje que quede colgado. Todos están al servicio de una trama que se desenvuelve a buen ritmo, llena de detalles que parecen fruto de una documentación concienzuda pero que en ningún momento parecen un decorado para crear ambiente. Tiene mucho de cinematográfico el planteamiento, con cambios permanentes de localización y diálogos que parecen estar concebidos como una sucesión de planos y contraplanos. La música que parece sonar de fondo enfatiza ese aire de narración audiovisual, que la conecta en mi fuero interno y de manera indefectible con “Treme”, una serie también coral, que discurre por las mismas calles, amenazada por la violencia que parece consustancial a la ciudad.

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Recientemente, Ray Celestine ha pasado por Barcelona para participar en BCNegra y presentar (para alegría de sus seguidores) la segunda entrega delo que ya se anuncia como una tetralogía. “El blues del hombre muerto” bebe de las mismas fuentes: hay música ya desde el mismo título, diversas historias discurren en paralelo mientras van eliminando capas de una cebolla que tiene que acabar descubriendo a otro asesino en serie. Algunos de los personajes de la primera novela han medrado, han viajado y siguen protagonizando la segunda entrega. El propio Armstrong, una estrella ya en ciernes (pues no en vano la novela está ambientada a finales de la década de 1920), se traslada a Chicago y ayuda a una vieja amiga (de él y delos lectores), Ida Davis, que ha progresado en la agencia de detectives Pinkerton. La Nueva Orleans amenazada por La Mano Negra aparece mencionada de vez en cuando, pero ahora la trama se desarrolla a orillas del lago Michigan, en la ciudad donde se enriqueció Al Capone vendiendo alcohol durante la Ley Seca.

Ray Celestine aprovecha esta veta y vuelve a levantar una historia coral, perfilada con detalle, en la que la intriga se va dosificando y los lectores se enteran de lo que ocurren casi al tiempo que los personajes. En el material promocional que ha preparado la editorial se anuncia que las dos historias que quedan por aparecer viajarán a Nueva York y Los Ángeles y que irán avanzando de década en década.

Intrigados por saber qué música deleitará al asesino en serie que ya debe de estar afilando sus armas, seguiremos buscando similitudes entre el cine, la televisión y las nuevas entregas de esta tetralogía tan negra y musical.