«Sé lo que te doy…»

Recomiendo libros en contadas ocasiones. Y a personas de confianza. Hago mía una frase que creo que leí a Alberto Manguel en su “Historia de la lectura” a propósito de dejar o recomendar libros: “Sé lo que te doy pero no lo que recibes”. A pesar de esta reticencia, me gusta que sean otros los que me abran los ojos y me propongan autores en los que yo no había reparado. Tengo amigas lectoras con criterio dispar que saben de mis gustos y se atreven a sugerirme obras como las que recientemente han caído en mis manos, diametralmente opuestas, con las que he experimentado sensaciones bien diferentes.

Flavia Company es una autora polifacética que encandila a pequeños y grandes, dicho sin ningún ánimo peyorativo. Mi hija de diez años habla maravillas, como lectora empedernida que es, de un par de novelas infantiles suyas protagonizadas por “els Ambigú”. Intriga detectivesca y aventuras que le han encandilado hasta el punto de releerlas varias veces. Company aparece con frecuencia en la prensa cultural, tratada con un respeto que quizás nace de su capacidad para abordar géneros bien distintos o que está provocado por el interés que despierta fuera, ya que ha sido traducida en una decena de países.

haru

Su última novela, “Haru”, ha sido publicada por Catedral, un sello de nuevo cuño nacido en el seno de Enciclopèdia Catalana y bajo la dirección de Iolanda Batallé. Una editorial que debe de sentir veneración por el libro como objeto, vista esta edición tan austera como atractiva, con un cubierta que llama la atención por su belleza silenciosa, solemne en su desnudez, obra de mirindacompany.com

En papel ahuesado, sin la guillotina uniforme en los cortes, maquetada en una tipografía clásica en una mancha que respeta la proporción aurea, esta obra es un lujo táctil, sedosa, con abundancia de blancos, portadillas y otras cortesías. El ejemplar que cae en mis manos atesora una singularidad: la amiga que me lo ha dejado, sin poder intuir lo que yo iba a recibir, ha subrayado un buen número de frases y ha doblado muchas páginas por la esquina superior.

Voy avanzando en la lectura y se acrecienta cierta sensación de voyeur. Algunas de las palabras marcadas me pueden sugerir que ella está pasando por una fase de su vida en la que necesita mayor reconocimiento sincero y menos adulación fingida. Otras hablan de frustraciones pretéritas en fase de superación. También el paso inexorable del tiempo, los sueños a medio conseguir o un futuro que se antoja removido, rota la placidez que parecía encarnar la rutina más reciente, se traslucen en algunos diálogos subrayados, en aseveraciones un punto enfáticas que chirrían en un relato que avanza plácidamente.

Haru es el nombre de la protagonista de esta historia, una joven marcada por la muerte temprana de su madre. Ésta determina que su hija estudie en un dojo, donde será instruida en el manejo de tiro con arco, la caligrafía japonesa y la meditación, lejos de un padre al que no volverá a ver en décadas.

La vida sencilla, austera, con un fin claramente fijado, de Haru pasa ante los ojos del lector, que asiste a una narración en tercera persona. Abandona la escuela, se adentra en la vida real, alterada por circunstancias en las que parece que no había sido adiestrada (sólo parece) y ese relato de apariencia monótona se ve empozoñado por ruidos que llegan a ser estridentes. Mi amiga sigue subrayando frases y mi lectura cada vez se fija menos en ellas, porque la historia avanza sin prisa ni pausa.

Alguien podrá considerar que es una novela que juega a ser trascendente, en la que se suceden las máximas con vocación de convertirse en rótulos para compartir en las redes sociales, con un orientalismo de fondo que hace poses zen para satisfacer el gusto de un público occidental ávido de exotismo. Existe, me temo, el riesgo de caer en una especie de buenrollismo con resabios japoneses.

Pero se conjuran todos esos peligros y, no sé si es por la cuidada edición o por la cercanía y sencillez de lo narrado, al final uno se queda con la sensación de haber leído una historia narrada con oficio, sin pirotecnias, que se intuye próxima a pesar de haber ido tan lejos para ubicarla.