El Teatre Eòlia de Barcelona programó a finales del año pasado (durante pocos días) “Democrazy”, de la Companya La Saura. En la sesión que estuvimos la pequeña sala estaba llena y apenas había alguna espectadora por debajo de la treintena. Se aplaudió con ganas al final de una función frenética en la que tan pronto reías a carcajadas como se congelaba la sonrisa. Las jóvenes actrices que la protagonizaban, en una sucesión permanente de caracterizaciones hechas con pocos medios y mucha mala leche, lo bordaron. Al final, ellas mismas despedían al público, esperaban sus reacciones y recibían los parabienes. Era el penúltimo día de representación y sólo les quedaba por delante un bolo en Balaguer.

En los corrillos que había en la puerta varias personas comentaban que una obra así había que llevarla a los institutos, para lograr que el público joven que tan poco frecuenta los teatros se encontrara de morros con un episodio reciente de la historia de España que se toca tan de refilón en las aulas. El subtítulo de la obra lo deja más claro: “La Transición, Borbón y cuenta nueva”.

Mario Rebugent y Mònica Balsells firman el texto que se representa. El primero dirige la obra y ella es además una de las actrices que abordan sin complejos los años que sucedieron a la muerte del dictador. Con un montaje en el que no faltan grabaciones de la época (como el asalto en Vitoria a una iglesia en el que murieron asesinados varios manifestantes), episodios  chuscos como el desnudo de Marisol o apariciones estelares (nunca mejor dicho) del fantasma de Carrero Blanco, que para más inri aparece caracterizado sosteniendo un espejo retrovisor debajo del brazo. Un desparrame muy bien documentado que podría convalidarse por una semana de la asignatura de Historia de España en Bachillerato.

Me he acordado mucho estos días de esta representación tan gamberra y atropellada, y al mismo tiempo tan documentada, al zamparme de un tirón las tres obras de Ignacio Amestoy que acaba de publicar Cátedra con el sugestivo título de “Todo por la Corona”. No tienen desperdicio. Los borbones quedan retratados, desde “el rey perjuro” (Alfonso XIII) hasta el emérito de ahora, pasando por el que no llegó a reinar más que en pudridero de El Escorial con el nombre de Juan III.

Cada uno se lleva lo suyo, en unos textos ácidos, divertidos, repletos de información que obligan al responsable de la edición, Fernando Doménech Rico, a llenar los pies de página con esas notas tan características de la colección “Letras Hispánicas”: hay más de 800 en menos de 400 páginas.

Varias veces aparece en la introducción del propio Doménech la condición de tragicomedia para describir estas obras de Amestoy, uno de los mejores representantes del llamado “teatro histórico”. Y sorprende gratamente que una editorial del prestigio de Cátedra se atreva a publicar tres hachazos al trono de estas características. Tampoco hace tanto que se abrió la veda contra el “campechano” y ahora disparan muchos de los que le rieron las gracias  y taparon sus escándalos, pero es que la historia viene de lejos, de muchas décadas atrás.

“¡Adiós, Borbón! Las reinas de Alfonso XIII” (la primera obra de este volumen pero en realidad la segunda de una tetralogía que el propio Amestoy arrancó con la noche en que Alfonso XIII fue engendrado) escarba en las amantes del bisabuelo del actual monarca. Con documentación abundante nos hace ver que la afición a las faldas y al dinero está fuertemente arraigada en la Corte.

“El Borbón rojo. La larga jornada del Conde de Barcelona” se ocupa del hijo de un rey y padre de otro al que Franco no dejó reinar. En una dura jornada de ejercicio físico, que arranca con maitines y termina con las completas, a don Juan le acompaña Francesillo de Zúñiga, personaje extemporáneo que fue bufón de Carlos V y aparece en estas tres obras como protagonista.

Y completa esta entrega “Un Borbón en el desierto. Juan Carlos I el camaleón” que a ritmo de Culture Club se nos muestra en todo su esplendor, coleccionista de amantes y vividor al que un día se le cruzó un elefante en Botsuana y ya no pudo seguir jugando al escondite con el beneplácito de la prensa cortesana, que era casi toda.

A veces uno puede sentirse abrumado por la cantidad de información y referencias de todo tipo que aparecen, en boca de los personajes más variopintos (casi todos reales) pero el trabajo de contextualización del editor y la mala baba del autor proporcionan unas cuantas horas de disfrute. Una manera diferente de aproximarse a la historia e este país, que tantas veces nos han hurtado, en una especie de sobreprotección que en realidad era un paraguas para que unos pocos pudieran seguir gozando y delinquiendo.

Terminadas estas tres, lo bueno es que aún nos queda por leer “Violetas para un Borbón. La reina austriaca de Alfonso XII”, que también publicó Cátedra en 2015, inicio de este fresco histórico tan elocuente. Y al ritmo que va la institución y si a Amestoy le quedan ganas, la tetralogía podrá convertirse fácilmente en pentalogía.

¡Ojalá!

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