Hay novelas que uno se va cruzando de manera reiterada, que reclaman atención, que alertan de su presencia aunque soporten con estoicismo la indiferencia con la que las tratamos. Cuando un día, por fin, sus plegarias son atendidas, el lector lamenta no haber caído rendido antes a sus encantos. Me ha pasado con “Una soledad demasiado ruidosa”, que suele ser mencionada como un libro imprescindible aunque su autor quizá no tenga el glamour o la fama que sí merecieron paisanos suyos. Escrita por Bohumi Hrabal en 1976, cuando su obra estaba censurada en la Checoslovaquia comunista, la ha publicado Galaxia Gutenberg en castellano, en diversas ediciones, traducida por Monika Zgustova.

Es una novela breve, en la que no sobra ni una coma, con un arranque embriagador: “Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas.” Lo que viene a continuación puede tener varias lecturas y en todas ellas es un placer sumergirse y dejarse llevar.

Hanta, el protagonista, destruye en minutos volúmenes que atesoran el saber de la humanidad, de los grandes pensadores que le han precedido. “Soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo”, repite en varias ocasiones. En su casa almacena títulos que rescata de esa destrucción inmisericorde y las tesis de los libros rescatados se van entreverando con la rutina del protagonista en Praga, la ciudad en la que reside.

Aquí hay una lectura más profunda, en esas «disecciones» de algunos de los autores a los que el protagonista debe “destruir”. Asoman la cabeza personajes secundarios, como una antigua amante del protagonista o esas gitanas que cargan con fardos que pesan más que ellas y que dejan al pie de la máquina con la que Hanta engullirá el papel, incluidas las piedras que han colado en medio para que los balas de papel pesen más y merezcan un precio más alto.

Las referencias literarias alimentan esos guiños con los lectores, que se reconocen en algunos de los autores mencionados, de Hegel a Kant o Goethe, o en los pintores cuyas láminas utiliza para hacer paquetes más llamativos, al tiempo que homenajea esos lienzos que enriquecen el saber acumulado durante siglos. Y se desliza entonces un nuevo nivel de lectura, una fábula en la que el progreso va arrinconando maneras más humanas de afrontar la realidad, en las que la asepsia física tiene algo también de lavado de cerebro. Hanta es invitado a descubrir cómo se realizará su tarea en el futuro inminente, con jóvenes uniformados protegidos por guantes que en cuestión de minutos y de una manera menos ruidosa que la del título empaquetarán el papel, sin reservar un segundo para molestarse en saber qué están estrujando.

Los conocedores de la propia peripecia vital de Bohumi Hrabal podrán intuir adónde conduce esa deshumanización que relata en la rutina diaria de Hanta, pero sería desvelar demasiadas sorpresas y abortar el final de esta breve pero jugosa novela. Dicen los que han estudiado su bibliografía, que esta novela fue uno de los libros que Hrabal publicó en edición “samizdat”,el nombre que recibían las tiradas cortas, cortísimas, que circulaban de manera clandestina, en unos circuitos que desafiaban las largas y absurdas prohibiciones que establecían las autoridades, para desarticular a esos autores revisionistas o enemigos de la revolución.

Ha querido la casualidad que tras leer a Hrabal se hayan sucedido en mis manos los cuatro volúmenes de un cómic de Vittorio Giardino, que relata la “vida interrumpida” de Jonas Fink. Cada volumen recorre una etapa de la vida de este joven (infancia, adolescencia, juventud y etapa adulta), que ve cómo su padre es detenido (y desparecido) acusado de judío. Todo ocurre también en Praga, a partir de la década de 1940, y en esas mismas calles, por algunos de los espacios que describe sucintamente Hrabal, vemos pasar a una galería de personajes contestatarios, que se enfrentan a la dictadura y hasta sueñan con llegar a tumbarla.

Las diversas entregas de este cómic, que se cerró con “El librero de Praga”, las acaba de publicar Norma en un solo volumen, pero fueron apareciendo entre 1998 y 2018, lo que permite ver también cómo evoluciona el dibujo de Giardino, más detallista en la última entrega. Esos héroes cotidianos que acompañan a Jonas Fink, con historia de amor incluida, tienen nombres de resonancias literarias y hasta políticas (Miroslav, Milan, Vaclav…) y hay también algunas de esas ediciones «secretas» servidas desde la trastienda de una librería que tiene anaqueles ocultos en los que se acumulan libros prohibidos.

En tiempos de sed de libertad y necesidad de leer lo que otros no quieren que se lea, choca el contraste con la máquina de Hanta, empeñada en devorar hasta convertir en un fardo todo el papel que hiciese falta. En ambas obras aparecen también esas cervecerías que servían de refugio a los ciudadanos que se negaban a perder su condición de tal y hablaban en voz baja, por temor a esas paredes que oían. Cuando las jarras se habían vaciado demasiadas veces, hasta el miedo se perdía, como el temor a significarse, esa advertencia tan presente en todas las dictaduras.

Dos maneras muy sugerentes de viajar a Praga, mientras tengamos que quedarnos quietos en nuestros municipios, temerosos de tantas otras cosas.  

Un comentario en “La Praga de los libros

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