Lo malo de las recopilaciones con voluntad de resultar canónicas es que pueden provocar tanta desazón como el interés que despiertan por la selección que proponen. Me ha pasado muchas veces al revisar las listas tipo “100 libros que hay que leer antes de morir…” y me ocurre cada vez que voy repasando los anuarios de cómics que editan Jot Down y la ACDCÓMIC (Asociación de críticos y divulgadores del cómic). Repaso, con retraso, el último, dedicado a 2016, y voy viendo que algunos de los libros reseñados ya han sido mencionados aquí (Los vagabundos de la chatarra, de Jorge Carrión y Sagar Forniés; Glenn Gould, de Sandrine Revel, El ala rota, de Altarriba y Kim, y Crisálida, de Carlos Giménez). Pero constato, sobre todo, que hay muchísimos por leer, que no hay tiempo material para disfrutar de todos los goces que anticipan las críticas contenidas en esta antología.

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Dice Mikel Bao, al hablar de “La virgen roja”, de Mary M. Talbot y Bryan Talbot, que “las historias se olvidan: la gente necesita que le refresquen la memoria, porque mucho de lo que se ha ganado con la lucha en décadas precedentes se está perdiendo en el presente” y explica que precisamente esa es la idea alrededor de la cual se ha construido esta notable obra: “quizá en el pasado se puedan encontrar respuestas a algunas de las preguntas que plantea el turbulento siglo XXI en el que nos encontramos inmersos”. Aquí nos gustan mucho los cómics dedicados a la guerra civil y ya hemos dicho en alguna ocasión que se repite mucho el patrón de que un guionista o un dibujante dedican un cómic a la historia que han oído en casa a hurtadillas, a las vivencias familiares que sólo se explican a medias, para ahorrar disgustos a los descendientes, para intentar olvidar y pasar página. Las historias del “médico de Belchite” que dedicó Sento a un familiar de su mujer, los dos volúmenes que dedicó Altarriba a sus padres con los dibujos de Kim, y hasta “los surcos del azar” que recorrió Paco Roca beben de este planteamiento que de manera casi literal retoma Jaime Martín para explicar la peripecia de su abuela Isabel en “Jamás tendré 20 años”, que con su cubierta rojinegra se hace la dueña y señora de la sección de cómics de cualquier librería.

 

El casi imperceptible brillo en los ojos de la “libertaria” que levanta el puño cerrado en esa portada invita a abrir inmediatamente este álbum publicado por Norma en 2016, desde la versión original en francés publicada por Dupuis como “Jamais je n’aurai 20 ans”. La historia está montada, como tantas otras veces, en forma de flashback, a partir de unos chavales que juegan a la guerra y no entienden que sus abuelos les abronquen: “Se acabó esta mierda de película. Id a jugar a la pelota como los demás niños”.

A partir de entonces una páginas magníficamente construidas viajan al verano que destrozó tantas vidas para desarrollar cronológicamente la vida de Isabel y Jaime: el viaje de la primera desde Melilla hasta L’Hospitalet y la participación del abuelo en la guerra, en el llamado Frente del Serrablo y en Belchite permiten que se pueda hablar de esas ilusiones quebradas para toda una generación, de los golpes en la puerta de madrugada que precedían a los fatídicos “paseos”, de los bombardeos de la aviación en la contienda y el estraperlo en la posguerra, de las delaciones antes y después de acabado el conflicto, como si la condena fuera para siempre y a los vencidos se les tuviera que recordar sin parar que perdieron la guerra y la paz.

El giro final de la historia dice mucho del estado en que quedó este país cuando se decidió que el silencio tenía que ser la respuesta a muchas de las preguntas que las nuevas generaciones nos hemos ido haciendo.

Son esperanzadoras, para el mundo del cómic y para los aficionados a la Historia (en especial la de España), las palabras que dedica el citado Mikel Bao para cerrar su reseña de “La virgen roja”: “un estupendo libro, indicado particularmente para los amantes de las historias cercanas a la realidad que tan habituales son en el mundo de la novela gráfica y que están atrayendo a muchos lectores  tradicionales al cómic en los últimos años”.

Se puede aplicar tal cual al libro de Jaime Martín. Muy recomendable.

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